dijous, 14 de setembre del 2006

Viña Tondonia Gran Reserva Blanco 1981: para Estrella

Uno de los vinos que más me impresionaron anoche (y quienes me flanqueaban en la mesa, Bibi y Eduard, saben bien cuánto me cuestan estos vinos) fue un Viña Tondonia Gran Reserva Blanco de 1981 (en la foto, que no hace honor al color de 1981, uno de 1987), el preferido de Estrella. No voy a escribir mucho sobre él porque se sabe ya todo: prolongada crianza en barricas viejas, buscan un afinamiento del vino en botella, que le augura siempre, largos años de vida y de placer para quienes lo toman. Esta botella de 1981 se sirvió, tras obligada decantación, a la media hora de haber sido abierta. Craso error porque el vino, que reservamos directamente para el final (¡menos Estrella que lo liquidó con rapidez!), evolucionó y evolucionó, fue abriéndose muy lentamente en contacto con el medio ambiente de la copa y llegó a su redondez a las dos (2) horas. Yo iba pensando para mí "la madera se lo ha comido todo" y no olía más que defectos. Pero, amigos, cuando superé la fase visual (una mezcla de oro viejo, miel de mil flores y ámbar báltico) y el vino se abrió, la explosión fue de impacto: tengo ese olor en la cabeza y ya no se me borra hasta el Alzheimer. Sólo he probado en mi vida una miel que me recuerde el intenso, poderoso, penetrante aroma de este vino: la miel de Sa Carrotja de Ses Salines (Mallorca) porque se presenta bajo una fina capa ahumada, casi a ceniza, que es, para mí, la principal característica de este vino. Los aromas a flores son los del trabajo de las abejas, el color es el de su miel y el fino ahumado es el de la madera vieja, que ha sabido impregnar a este vino, con una sabiduría que durará, todavía, unos años. Cuando se bebe, el punto goloso se ve acompañado por un retrogusto a bizcocho de albaricoques y compensado por una buena acidez. El vino se convierte, entonces, en pura ambrosía, en néctar de dioses.

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