Dicho de otra forma, ¿con que vino digeriría yo las emociones vividas ante la visión de un paso como éste? Muchas vueltas le he dado y mucho ha pesado en mí, en positivo por supuesto, la muy reciente visita a Valdespino (en Jerez, de la mano de Eduardo Ojeda, de la que escribiré pronto). Mi respuesta es: una botella de Amontillado Coliseo. Por supuesto, tratándose de la COLECCIÓN, con mayúsculas, de Valdespino, se trata de un vino único. Nacido de soleras centenarias, este vino generoso de 22ºC catado a pie de tonel, ofrece sensaciones tan únicas como las de Dolorosa: un color ambar subido, casi de caoba recién bruñida, pero con matices de yodo y ese reflejo mínimo de verdor que presentan todos los vinos de palomino que han envejecido muchos años en bodega y que están en una fase evolutiva importante. Aromas de barniz de inmediato, de cola de carpintero y de pegamento, aires de lentitud y de parsimonia en copa, de meditación, se alteran ante la finura del cítrico, ante el recuerdo de las nueces y ante un fondo de licor de abadía. De pronto, la saeta rompe el silencio del paso, en la bodega: una entrada en boca poderosa, casi afilada, con poder, con alcohol asombra por su carácter amable, por su persistencia, por su final interminable. Llega, lo ves, te emociona su andar vivo, pero al mismo tiempo de cadencia amable y lenta, y no quieres que se marche. El amontillado Coliseo es, sin duda, un vino para la meditación y para saborear, de puertas para adentro, las emociones vividas en el exterior.divendres, 21 de març del 2008
Pasos y armonías
Dicho de otra forma, ¿con que vino digeriría yo las emociones vividas ante la visión de un paso como éste? Muchas vueltas le he dado y mucho ha pesado en mí, en positivo por supuesto, la muy reciente visita a Valdespino (en Jerez, de la mano de Eduardo Ojeda, de la que escribiré pronto). Mi respuesta es: una botella de Amontillado Coliseo. Por supuesto, tratándose de la COLECCIÓN, con mayúsculas, de Valdespino, se trata de un vino único. Nacido de soleras centenarias, este vino generoso de 22ºC catado a pie de tonel, ofrece sensaciones tan únicas como las de Dolorosa: un color ambar subido, casi de caoba recién bruñida, pero con matices de yodo y ese reflejo mínimo de verdor que presentan todos los vinos de palomino que han envejecido muchos años en bodega y que están en una fase evolutiva importante. Aromas de barniz de inmediato, de cola de carpintero y de pegamento, aires de lentitud y de parsimonia en copa, de meditación, se alteran ante la finura del cítrico, ante el recuerdo de las nueces y ante un fondo de licor de abadía. De pronto, la saeta rompe el silencio del paso, en la bodega: una entrada en boca poderosa, casi afilada, con poder, con alcohol asombra por su carácter amable, por su persistencia, por su final interminable. Llega, lo ves, te emociona su andar vivo, pero al mismo tiempo de cadencia amable y lenta, y no quieres que se marche. El amontillado Coliseo es, sin duda, un vino para la meditación y para saborear, de puertas para adentro, las emociones vividas en el exterior.
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