dijous, 3 de gener del 2008

Y por fin, ¡la primera comida del año (nuevo)!


Por seguir con aquello de las combinaciones "resultonas", he decidido hacer un resumen de la comida de Año Nuevo destacando y aconsejando, si os parece, otro par de parejas que gustaron mucho. Confieso, con todo, que llegué tocado a la mesa, tras asistir, un año más, al Concierto de la Filarmónica de Viena, con caballos bailando al son de los Strauss y parejas de bailarines irrumpiendo en la sala de conciertos y pelotas de futbol y tarjetas amarillas...bufff...Pero llegamos a la mesa y entre los primeros platos destacó, de nuevo, un excelente salmón (¿qué tendrá el salmón, me pregunto yo, que vuelva siempre a casa por Navidad?) de Ahumados Domínguez, los preferidos de mi suegra. Y yo persistí en mi experimento de Nochevieja, emparejando los humos de este animal intrépido con los compensados y frescos dulzores de un spätlese. En este caso, y gracias a los buenos oficios de mi mentor en rieslings, cayó otra bodega de las grandes del Mosel-Saar-Ruwer, Fritz Haag 2005 Brauneberger Juffer Sonnenuhr.

Es un vino con sólo 7,5%, que fue servido a unos 12 ºC, sin decantar pero abierta la botella casi una hora antes de la comida. Ofrece un bello y brillante color de trigo casi amarillo pero con algunos dejes de palidez. A la vista se ve un poco de carbónico, que se confirmará en boca. Empieza algo cerrado y pienso en mi mentor y sus horas de decantación, pero la mineralidad fósil de este vino, su toque calcáreo y sus aromas de fruta dulce (moscatel, pera) empiezan a asomar con rapidez. En boca, se nota el carbónico, que ofrece un buen contraste con la grasa y texturas del salmón, tiene el vino un paso fino, ligero, con menos volumen que otros Spätlese. Su posgusto, amargo, viene marcado por el hueso del melocotón o del albaricoque maduro y se pega a los laterales de la lengua. Curioso y sabroso, al mismo tiempo. Me acaba recordando la ligera aspereza de la piel del membrillo. Acaba obsequiando con un poco de lima.

La segunda pareja resultó todavía mejor que la primera. Unos delicadísimos canelones "Rossini" (así les llamamos en Barcelona), con mezcla de carnes y el complemento imprescindible de la trufa, se vió regalado con un vino que todos debiéramos probar alguna vez en platos con trufa o caza: un amarone della Valpolicella. Me he prometido que no iba a alargarme en explicaciones técnicas en estas "crónicas de trinchera", pero la vinificación del amarone produce un vino que aúna el frescor de la fruta fresca, la suavidad y dulzor de una cierta pasificación y la austeridad y astringencia de un tinto recio. Este Monte del Frà classico 2003, con 15,5%, servido a 16ºC y abierto una hora antes de su consumo, resultó excelente: de capa media, casi alta y el color del fruto de la granada, maduro y brillante, sus lágrimas eran dispersas pero poderosas. Aires de oliva negra muerta, de compota de arándanos negros, alegre en nariz, con pimienta y fruta negra de bosque madura, tiene una boca muy adecuada para estos platos. Volumen, taninos secos y algo astringentes pero sabrosos ofrecen un complemento ideal a la untuosidad de la pasta del macarrón y a su bechamel. En posgusto, aromas de vainilla en rama y azúcar quemado hecho caramelo. Humo y cacao completan un amarone en mi opinión ideal para iniciarse en los secretos de este tipo de vinos.

Los postres...en otra entrega.

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